Quibdó/Istmina (Colombia), 7 de junio (EFE).- Pacha Pasmo ha atendido 8.000 partos y ningún bebé ha muerto en sus manos. Recibe más nacimientos en su ‘nicho’, una consulta adyacente a su casa, que en el centro de salud de Istmina, un bullicioso pueblo del Chocó, en el Pacífico colombiano, donde la partería es un garante de vida para las mujeres.
«De milagro esto está vacío», dice Daira Vanesa al llegar al ‘nicho’ de Pacha desde Sipí, una comunidad a hora y media por río.
Llegó hace tres días porque en un embarazo anterior esperó hasta el final para ir al hospital y rompió aguas en una lancha y parió sola bajo el aguacero.
«Tiene un centímetro de dilatación… por ahí pare en la noche», explica Pacha tras inspeccionarla.
Patrimonio de la humanidad
Francisca Córdoba, ‘Pacha Pasmo’, antes tenía miedo a la sangre y atendía partos con los ojos cerrados, pero su fascinación por «recibir pelaos» (niños) acabó con sus sudores fríos y los nervios.
«La partería no se hace, la partería nace; es algo que uno lleva en la sangre, uno quisiera a todas horas estar atendiendo partos», dice a EFE.
La partería ancestral de comunidades afro e indígenas es patrimonio cultural de Colombia y desde el año pasado también Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. En el Chocó, según la Asociación de Parteras de este departamento (Asoredipar), hay 1.500 parteras y parteros.
«Es un legado que se transmite a hijas y nietas, que busca integrar saberes tradicionales con los saberes occidentales pero siempre queriendo preservar la vida del niño y de la mujer», explica a EFE la presidenta de Asoredipar, Manuela Mosquera.
La partería es necesaria en el Pacífico porque la falta de vías, la desidia estatal y la violencia armada privan de médicos y centros de salud a la población.
«Las parteras hacen esta labor sin esperar por qué o por quién, siempre están dispuestas a ayudar, a preservar una vida (…) Es un servicio humanitario», apunta Mosquera.
Saberes ancestrales
A Domitila Menas, con casi 70 años, aún se le iluminan los ojos mencionando los bebés que ha traído al mundo. A ella tampoco se le he muerto ninguno de los 180 que ha atendido.
«A mí no me enseñó nadie», dice orgullosa, sentada a la orilla del río Atrato; aprendió al parir sola a su primera hija en 1975. ‘Mamá Domitila’ tuvo 19 embarazos y 26 hijos, que se suman a los casi 200 que ha ayudado a parir.
«Las parteras terminan siendo las madrinas de los niños que atienden (…) son una segunda madre», explica Mosquera. Acompañan en el embarazo, atienden a la madre tras el parto y al bebé en sus primeros meses, incluso dicen que moldean su cuerpo y pueden achatarle la cabeza o ponerle más nalgas con sus manos.
Y no cobran. En una población acosada por el hambre, no hay con qué pagar y reciben la voluntad o tratan de sacar algo por los brebajes de hierbas naturales y medicamentos que preparan.
Ciega, sorda, muda
Domitila sabe que una mujer está embarazada al verla cambiar el pie con el que anda, pero lo calla. También sabe si un feto está bien al tocar la base del cuello de su madre con dos dedos. Por eso, sabe que Nancy no está de dos meses y no tiene 17 años. Es su vecina y sabe que la niña, embarazada de seis meses, tiene apenas 14 años.
«Tienes que dejar de beber alcohol porque si te duele es por la bebida», le recrimina a esta niña indígena.
Las parteras conocen la realidad de sus comunidades, donde los embarazos adolescentes son cotidianos y la violencia y la pobreza ahogan a las madres. Pero callan.
«Nuestro símbolo en la partería, en la ética, es Shakira: Ciega, sorda, muda. Lo que vemos no tenemos por qué comentarlo, lo que oímos no tenemos por qué sacarlo», añade Manuela.
De la mano de la medicina
Saben que un parto a veces es vida o muerte, por eso instan a las madres a que vayan a hacerse chequeos al hospital, no atienden cuando ven signos de riesgo e incluso acompañan a la madre al centro médico.
Esa es la fórmula de la baja mortalidad, a pesar del estigma que cargan por la mortalidad materna.
«Cuando un niño se muere en un hospital, ¿qué pasó? ¿Lo mataron? Porque como siempre que un niño muere en manos de una partera es porque lo matamos nosotras», acusa Pacha.
Para esta partera, lo más importante es «la vida de las personas, que se salven los niños», y es lo que defienden con sus manos, su conocimiento y sus saberes. EFE
Por: Irene Escudero
Foto Cortesía: Freepik.es